Por Rubén “Gringo” Ceballos
Especial para Noticias del Estero
Si usted está vivo, puede leer estas líneas. Fuimos sobrevivientes de un tsunami emocional que ningún otro partido de fútbol podrá equipararlo. La angustia, el miedo, la alegría, la incertidumbre, las lágrimas que se vivenciaron en esta dramática final, quedarán para siempre en nuestros recuerdos. Los argentinos somos tan enfermos por este deporte, que somos capaces de morir por él. Quizás no sea un mérito, pero tampoco un defecto. No es fácil de explicar. La definición entre Argentina y Francia en Qatar se transformó, sin lugar a dudas, en la final de una Copa del Mundo más emocionante de todos los tiempos. Y la ganamos nosotros. Pero, sobre todo, la ganó Messi.
Ni hoy, ni mañana y quizás nunca podamos explicar cómo, después de una paliza futbolística como la del primer tiempo, Argentina haya tenido que gritar campeón tras los penales. Cómo, después de 80 minutos en los cuales Francia no había pateado al arco, una ráfaga de Mbappe puso el resultado en pardas. Para el imparcial era revivir un partido que estaba absolutamente controlado por la Albiceleste, para nosotros fue una invitación al infarto. Un partido que rozaba la perfección de “La Scaloneta”, mutó en una película de terror.
Un Di María imperial, un Mac Allister fenomenal, un Romero implacable, un Messi con fuego en la mirada, acompañado por un equipo que jugó su mejor partido del Mundial, en el momento justo y el lugar indicado, nos estaban regalando la final soñada. Borraron a Francia y le dieron un baile pocas veces visto. El segundo gol de Argentina pasa a integrar la galería de los mejores goles en la historia de las finales mundialistas. El fútbol argentino en su máxima expresión. Tan desorientados y groggys estaban los azules, que su técnico Deschamps metió dos cambios antes del descanso.

Pintaba para una goleada histórica hasta esos últimos 10 minutos fatales. Anímicamente y físicamente más enteros, los franceses casi se lo llevan en los 90. Pero otra vez el elenco de Scaloni sacó a relucir el coraje y la determinación en el tiempo suplementario, Messi puso el tercero para sacarnos la angustia del pecho y cuando por fin pensábamos que el subibaja emocional llegaba a su expiración, otro penal de Mbappé nos devolvía al escenario del sufrimiento. En la última jugada del partido, el “Dibu” Martínez tuvo una tapada que quedará retratada para toda la eternidad.

Argentina sólo había perdido una definición por penales en la historia de los mundiales (contra Alemania en el 2006) y los dioses no podían desampararnos este domingo. “Dibu” hizo lo suyo, los shoteadores también y el fútbol fue un poco más justo. Mas justo con Argentina porque mereció más que nadie ganar esta Copa y más justo con un Lionel Messi que no le debía nada al fútbol, pero si el fútbol a él. Esa imagen de la leyenda argentina levantando la Copa del Mundo es una imagen que nos hará llorar toda la vida. Además, nos deja una enseñanza invalorable: si él, siendo el mejor en lo que hace, se cayó un montón de veces y lo siguió intentando, como no vamos a seguir peleándole a la vida el resto de los mortales que, en su gran mayoría, nadamos en una profunda mediocridad.
Hay una justicia divina, más aún, una justicia poética con Messi, con un grupo de jugadores corajudos, con un cuerpo técnico serio y con un pueblo que ama el fútbol como casi ninguno en el mundo. Lo merecían ellos, lo merecíamos todos. Ahora sí, podemos decirlo: SOMOS TRICAMPEONES DEL MUNDO.