Por Gaby Yauzá
Santiago Nasar se levanta, toma unas aspirinas y sale a la calle. Ese día morirá. Sus asesinos lo han vociferado por todo el pueblo. Todos saben que van a matar a Santiago. Sólo los más allegados, los amigos entrañables, harán algo por evitarlo.*
Hace tiempo hice algo terrible, algo que a mi novio de por entonces, le pareció más terrible aún. Todos estaban de acuerdo en lo terrible de mis acciones. Una noche fui a su casa, discutimos, tal vez me tiro con algo. Pasaron unos días, me habló por teléfono, lo atendió mi mamá. Me pedía que vaya a su casa. Esa misma tarde, fui. Estaba enamorada, creía que nunca más iba a ser feliz y además, necesitaba que me perdone. Hice algo terrible. En el trayecto, mientras caminaba, me invadieron escenas hermosas, risas, cariño, palabras dulces. Tal vez esas sensaciones lo habían invadido también y por eso quería verme. Estaba por cruzar una avenida, se me ocurrió que me iba a matar. ¿Alguna vez han sentido esa sensación? Una sospecha, una intuición. Pero es algo inverosímil, él no sería capaz de algo así. Me ama. Se siente una asfixia repentina. Frío. Algo terrible, pero no, él me ama. Por suerte dura poco, y después vuelven los pensamientos razonables. Es mejor dejar venir los buenos recuerdos. Sigo caminando.
Tal vez si ella no hubiera necesitado trabajar, entonces no lo hubiera conocido. Tal vez si le hubiera contado a su comadre. Tal vez si en vez de cuatro, tenían tres nomas. Tal vez si hubiera tenido más amigas, de esas valientes que no te dejan solas. Tal vez si hubiera terminado la escuela. Tal vez si la doctora de la sala hubiera informado a las autoridades. Tal vez si la maestra de la mayorcita hubiera elevado un informe. Tal vez si hubiera tenido un hermano varón. Tal vez si ese día en vez del cabo fulano, la hubiera recibido el cabo mengano. Tal vez si ese día los chicos hubieran ido a la casa de la Juana. Tal vez si la vieja de la esquina, que sabe los pormenores de la vida de todos, hubiera hecho algo además de juzgar y viborear. Tal vez si las que le prestan la oreja, no se hubieran quedado con eso. Tal vez si el juez. Tal vez si el fiscal. Tal vez si no hubiera nacido tan ella, no la hubiera matado tan así.
Cada mañana, en Santiago, una mujer se levanta, toma unas aspirinas y sale a la calle. Ese día morirá. Su asesino lo ha vociferado por todo el barrio. Todos saben que van a matar a esa mujer. Sólo los más allegados, los amigos entrañables, harán algo por evitarlo. Y no será suficiente.
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* Cita del libro “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez
